El terrorismo como sustituto de Dios
«Si los medios son inhumanos, el fin no podrá ser, a la postre, sino expresión de inhumanidad»
«¿Cómo se puede distinguir la violencia injusta del derecho y el recurso legítimo a ella? El nudo de la respuesta se halla en un sencillísimo y fundamental conocimiento, en una vieja intelección que debemos recordar nuevamente. Una de las proposiciones esenciales de la moral, tal vez la más importante de todas incluso en nuestros días, establece que el fin no puede justificar nunca los medios. Lo malo en sí mismo sigue siendo malo aun cuando se ponga al servicio de los fines más nobles. No es legítimo querer realizar la naturaleza humana pisoteándola para alcanzar un fin bueno. Si los medios son inhumanos, el fin no podrá ser, a la postre, sino expresión de inhumanidad. Como cristianos nos atañe todo cuanto acontece bajo la palabra «terror»: insta, incluso, a nuestra responsabilidad a pasar a la acción. La esencia de formas de terrorismo, que de un modo o de otro se apoyan en el marxismo, consiste en última instancia en que el hombre quiere asumir el papel de la providencia divina. El hombre se arroga el puesto de Dios (la historia del paraíso y de la serpiente tiene una inquietante actualidad). El hombre quiere realizar por sí mismo el fin de la historia. Al no creer en Dios, opina que es él el que tiene que conducir la historia, actuando sobre ella como imagina que actuaría Dios» (Ratzinger 2022, 108-9).

C o m e n t a r i o
La negrita que he destacado arriba, «el hombre quiere asumir el papel de la providencia divina», esa frase de Joseph Ratzinger, entronca con muchas lecciones del siglo XX. Marx suponía saber mejor que nadie lo que le convenía a la humanidad, la lucha de clases. Hitler estaba seguro de lo que necesitaba el pueblo alemán: más «espacio vital», hundiendo, en primer lugar, a Polonia. Stalin era otro gran «iluminado», para quien ordenar que millones de ucranianos murieran de hambre no le suponía ningún problema de conciencia, porque luego vendría el «paraíso marxista» en la tierra. El resultado: decenas de millones de fallecidos por sus políticas criminales.
Como recuerda Ratzinger arriba, la raíz de esos desastres hay que buscarla en el hecho de no creer en un Dios personal, omnisciente, omnibenevolente y omnipotente, y en olvidarse de que el fin no justifica los medios. También en los Estados democráticos del siglo XXI hay dirigentes con ganas de «asumir el papel de la providencia» y causan estragos de consideración. Piénsese a modo de ejemplo en la decisión del pasado 4 de marzo de 2024, de las dos asambleas del Parlamento de Francia, por la que se ancla el aborto en la Constitución del país. ¿No es este un caso más de que el fin no justifica los medios?
