Über den Wolken (‘Sobre las nubes’) es una canción de Reinhard Mey que les recomiendo. Se puede escuchar aquí. La segunda estrofa, traducida del alemán por Lotrives, dice así: «Sobre las nubes / La libertad tiene que ser ilimitada / Todos los miedos y todas las preocupaciones / Se dice / Quedan allá abajo escondidas / Y entonces / Todo lo que nos parecía grande e importante deviene / De repente vano y pequeño». (1)
En el libro del Génesis se lee: «Yahveh miró propicio a Abel y su oblación, mas no miró propicio a Caín y su oblación por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro» (Gn 4:4-5). Sabemos cómo termina: Caín mata a Abel. En el Evangelio de san Juan, dice Jesús a Pedro sobre Juan: «Si yo [Jesús] quiero que él [Juan] viva hasta que yo regrese, ¿qué te importa a ti [Pedro]?» (Jn 21:22).
La tentación de que Yahveh no nos mira propicio y de que trata mejor a otros que a nosotros está fuertemente arraigada en el ser humano. ¿Por qué Elon Musk es más rico que yo y Audrey Hepburn más guapa y Albert Einstein más listo y la Madre Teresa de Calcuta más santa? Llevado al límite: ¿por qué no nos convertimos nosotros mismos en dioses y solucionamos el asunto de golpe, algo a lo que aspira cierto transhumanismo? Pero la realidad se presenta tozuda y uno es quien es. Lo sorprendente resulta que ese uno se desarrolla único, irrepetible y con una misión que solo él puede cumplir, por muy miserable que sea.
Thomas Sowell se rebela ante la creencia generalizada de que desigualdad equivale necesariamente a discriminación y la refuta con datos en su libro Discriminación y disparidades. Sowell señala, por ejemplo, que las diferencias geográficas producen disimilitudes enormes al margen de cualquier intervención humana. Pero sobre todo: si no hay igualdad de resultados entre las personas nacidas de los mismos padres y criadas bajo el mismo techo [Caín y Abel], ¿por qué cabría esperar igualdad de resultados con condiciones de partida mucho más dispares?
Recapitulemos. Solo desde una perspectiva bíblica se puede colocar en su sitio el problema de la igualdad y la discriminación, primas de la envidia. La óptica es esta:
Hay un creador. Hay un plan de Dios para cada uno de nosotros. Los dones de partida no son nunca iguales. Ese Dios creador crea con total diversidad. Esto último: «¿Qué te importa a ti?» (Jn 21:22).
Emular es la reacción adecuada. Está bien que Caín aprenda lo que Abel hace mejor que él y trate de imitarlo, no de matarlo.
Eliminar la desigualdad en el sentido de prohibir que la Madre Teresa de Calcuta sea más santa que yo o Elon Musk más rico que mi hermano conduce al crimen social. Véase el libro de Thomas Sowell.
El plan de Dios para cada uno de nosotros es lo mejor para cada uno de nosotros. Aquí recurro a Reinhard Mey. Cuando estamos con Dios, estamos sobre las nubes, ya en el cielo, y en el cielo «Todos los miedos y todas las preocupaciones / Se dice / Quedan allá abajo escondidas / Y entonces / Todo lo que nos parecía grande e importante deviene / De repente vano y pequeño». Con Dios, la envidia desaparece, porque es el único bien necesario, como enseñan algunos teólogos.
Muchas gracias por el comentario. Sí, esa canción de Mey es magnífica.
Buena reflexión, gracias por compartirnos el link a la canción