La esencia de la mentira
¿Quién es mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo?» (1 Jn 2:22)
Ocurre, o al menos me ocurre, que se leen ciertos textos y uno trata de tomarlos no demasiado en serio, de evitar las consecuencias de lo que expresan. Pero siguen aguijoneando la conciencia. Uno de esos pasajes es un versículo de la primera carta de san Juan: «¿Quién es mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo?» (1 Jn 2:22). Por si se nos ha olvidado: afirmar que Jesús es el Cristo significa que es el Ungido (Rey, el que manda de verdad), el Salvador esperado por el pueblo de Israel, la Palabra de Dios, es decir, el pensamiento de Dios, lo que quiere ese pensamiento de Dios para nosotros y para el mundo, hecho carne.
Veamos ahora el partido que saca Dietrich Bonhoeffer a 1 Jn 2:22:
«La naturaleza de la mentira es mucho más profunda que la contradicción entre pensar y decir. “¿Quién es mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo?” (1 Jn 2:22). La mentira es contradicción a la palabra de Dios tal y como Dios ha pronunciado esa palabra en Cristo y tal y como en ella descansa la creación; la mentira es, por lo tanto, la respuesta negativa, el rechazo, la destrucción consciente y voluntaria de la realidad tal y como fue creada por Dios y existe en Dios. Nuestra palabra está destinada a expresar lo real en unidad con la palabra de Dios, como es en Dios. La palabra humana, para que sea verdadera, no puede negar ni la caída del hombre (el pecado original) ni la palabra creadora y reconciliadora de Dios, en la que se supera toda división». (1)
Dietrich Bonhoeffer (1906-1945), vale la pena recordarlo, es un teólogo alemán protestante ejecutado en la horca por los nazis el 8 de abril de 1945, poco antes de la rendición de Alemania. En una situación tan extrema como la suya, a él no le importaban tanto las «pequeñas» mentiras de los políticos en el telediario, que en su época era la radio nazi del régimen hitleriano, como la gran mentira, negar que Jesús es el Cristo, de la que las demás son consecuencias.
Preguntas. ¿Sirve esa regla, la de 1 Jn 2:22, de referencia a alguien hoy día, especialmente a los cristianos? ¿No se caería en el fundamentalismo si se sigue? ¿No se caería en la intolerancia si se observa? ¿No se convertiría la convivencia social en un imposible? ¿Cómo saber si ese versículo es él mismo verdad? «¡Demuéstramelo!», podría exigir un ateo, un agnóstico… y ¡un católico practicante que en realidad no acaba de creérselo!
Llegados aquí, y para dejar de momento esas preguntas decisivas de todo hombre y de la humanidad, me parece que lo más rápido y práctico es señalar el ejemplo de Cristo. Él muestra y demuestra la verdad de 1 Jn 2:22 sin caer en ningún fanatismo, al contrario, padeciéndolos todos.
Pero no perdamos de vista lo central: seremos mentirosos si negamos que Jesús es el Cristo.