Advertencia. Esta entrada está escrita por un varón heterosexual, casado por la Iglesia católica, no divorciado ni separado y con tres hijos. Quizás en ella se detecten sesgos, pero la intención es arrojar luz a un debate complejo.
El Mesías
«Si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— y se casa con otra, comete adulterio». Los discípulos le replicaron: «Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse». Pero él les dijo: «No todos entienden esto, solo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos. El que pueda entender, entienda». (Mateo, 19: 9-13).
Primera observación. «No trae cuenta casarse» es algo que viene de lejos y de fuentes autorizadas.
Jesús les dijo: «En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. (Lucas, 20: 34-36).
Segunda observación. El ser humano, como ser definitivo y nueva criatura resucitada, no será un ser sexuado, al menos como lo entendemos ahora.
San Pablo
Acerca de lo que habéis escrito, es bueno que el hombre no toque mujer. Con todo, por el riesgo de inmoralidad, que cada cual tenga su propia mujer y cada mujer su propio marido. Que el marido dé a la mujer lo que es debido y de igual modo la mujer al marido. La mujer no dispone de su cuerpo, sino el marido; de igual modo, tampoco el marido dispone de su propio cuerpo, sino la mujer. No os privéis uno del otro, si no es de común acuerdo y por cierto tiempo, para dedicaros a la oración; después volved a estar juntos, no sea que Satanás os tiente por vuestra incontinencia. Esto os lo digo como una concesión, no como una orden, aunque deseo que todos los hombres fueran como yo mismo. Pero cada cual tiene su propio don de Dios, unos de un modo y otros de otro. Ahora bien, a los no casados y a las viudas les digo: es bueno que se mantengan como yo. Pero si no se contienen, cásense; es mejor casarse que abrasarse. A los casados les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido; pero si se separa, que permanezca sin casarse o que se reconcilie con el marido; y que el marido no repudie a la mujer. (1 Corintios 7: 1-11).
Tercera observación. Por san Pablo, no habría ningún problema en que todos los hombres vivieran el celibato por el reino de los cielos y el mundo se terminara porque no hubiera descendencia natural, la única que admite la Iglesia católica. Llevo sus palabras al extremo.
Cuarta observación. San Pablo considera que hay seres humanos que dominan su sexualidad mejor que otros. Los que no la sujetan son los que deben casarse y no abrasarse.
El Catecismo de la Iglesia Católica
El número 2339 dice: «La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado (cf Si 1, 22). “La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados” (GS 17)». Véase también El sexto mandamiento: 2331-2400 en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC).
Quinta observación. Hay que liberarse de la esclavitud de las pasiones, y además es la única manera de alcanzar la paz. El apetito sexual, es decir, la propensión al placer carnal, se convierte fácilmente en una esclavitud, como es obvio, y entonces hay que liberarse de él.
Robert Barron
Nos enseña el obispo, filósofo y teólogo Robert Barron: «El amor humano debe situarse en el contexto del propósito divino. Una vez que Jesús aclaró que el hombre y la mujer están destinados a ser una sola carne, especificó además que “lo que Dios ha unido”, ningún ser humano debe separarlo. Cuando trabajaba a tiempo completo como párroco, tuve el privilegio de preparar a muchas parejas jóvenes para el matrimonio. Siempre les preguntaba: “¿Por qué queréis casaros por la Iglesia?”. Tras algunas dudas, los jóvenes invariablemente respondían con alguna versión de esta frase: “Porque estamos enamorados”, a lo que yo respondía: “Me alegro de que estéis enamorados, ¡pero esa no es razón para casarse por la Iglesia!”. Quería hacer hincapié en que contraer matrimonio sacramental implica que los novios se dan cuenta de que han sido unidos por Dios y precisamente por razones divinas, que su sexualidad y su amor mutuo están al servicio de un propósito aún mayor. Comprometerse ante un sacerdote y una comunidad católica, les decía, equivale a afirmar que saben que su relación es sacramental: un vehículo de la gracia de Dios para todo el mundo. Esta contextualización final garantiza que la sexualidad —ya buena en sí misma y ya elevada por el amor— tenga ahora algo verdaderamente sagrado». (Robert Barron: «Sex, Love, and God: The Catholic Answer to Puritanism and Nietzcheanism»).
Sexta observación. La sexualidad, el amor mutuo y el matrimonio están al servicio de un propósito mayor: la salvación propia y del prójimo, la santidad propia y del prójimo.
Escenas prematrimoniales
En general, hoy día los adolescentes, los jóvenes y los que ya no son tan jóvenes, no quieren vivir como eunucos, sino practicar las relaciones sexuales cuanto antes, con quien sea y con la mayor frecuencia posible; con o sin enamoramiento, con o sin amor romántico. Dominar el impulso sexual es algo que más bien se aborrece.
No sé si solo por lo anterior, pero en cualquier caso también debido a lo anterior, la agresiones sexuales aumentan en todas las latitudes. La pornografía, lo mismo. El sexo sin otro propósito que el placer venéreo invita a más sexo, la pornografía a más pornografía, la droga a más droga. El único método para cortar espirales así es la abstinencia.
Hemos leído arriba sobre el «aprendizaje del dominio de sí» (CIC, 2339). Para sujetarse en el terreno de la sexualidad hay que transitar caminos donde se reza, trabaja y se evitan las tentaciones que brindan determinadas lecturas, imágenes o conversaciones. Se debe ir a contracorriente, a veces de forma neobenedictina.
Aunque parezca extraño, el celibato puede ser un camino más fácil que el matrimonio. Quizás sea menos exigente la abstinencia total y permanente prematrimonial, que mantener relaciones sexuales en el matrimonio y luego deber practicar la abstinencia sexual por motivos diversos y abundantes en ese mismo matrimonio. Entre los casados, esa situación es lo ordinario. Pero de joven esos pensamientos se rechazan por insólitos y equivocados y se acude a san Pablo: «Es mejor casarse que abrasarse».
El Catecismo Romano (o de Trento) afirma: «Otra causa del matrimonio es el remedio contra la concupiscencia. En efecto, para evitar la incontinencia y los peligros de la impureza, se instituyó el sacramento del matrimonio» (Catecismo Romano, Parte II, cap. VIII, § Causas del matrimonio). El Catecismo Romano no es precisamente una novela romántica. Destroza cualquier relato amoroso al uso con frases tan contundentes como «remedio contra la concupiscencia». Pero la vida no es una novela romántica. Tampoco el sexo es romántico. Es instintivo. A veces, brutal, en el sentido de animal irracional cuadrúpedo. Tengo la impresión de que eso cuesta que lo entiendan adecuadamente las mujeres. Pero admito de antemano que pueda estar equivocado.
¿Contradice lo anterior el enamoramiento? En mi opinión, lo pone en su sitio y describe mejor la realidad. El enamoramiento, tarde o temprano, y más bien temprano que tarde, desemboca en el querer tener relaciones sexuales, y las relaciones sexuales por sí mismas tienden a acabar con él a velocidades a veces muy elevadas.
Escenas matrimoniales
He tenido ocasión de escuchar a dos altos funcionarios del Estado español, ambos casados por la Iglesia católica y con hijos, ambos sobre los 40 años, utilizar esta frase: «Esta noche, no mojas». Consúltese aquí sobre mojar (acepción B 7). El contexto en que se movían los altos funcionarios era, claro está, el de conflictos conyugales: sus esposas se negaban a las relaciones sexuales con ellos como forma de mostrar enojo, distancia y castigo emocional. Sus mujeres utilizaban el sexo como arma. Los hombres tienen un apetito sexual más fuerte y frecuente que las mujeres: dominan peor su sexualidad. (www.psychologytoday.com).
La anécdota de arriba corrobora el cierto papel de chantaje que puede jugar el sexo en el matrimonio. «No has tirado la basura, no has limpiado el cuarto de baño, no has hecho la compra, no te has acordado del cumpleaños de mi hermano al que tanto quiero, etc., etc., etc., luego no habrá sexo». Quizás en eso pensaba el solterón Immanuel Kant cuando escribió: «El matrimonio es la unión de dos personas de distinto sexo con vistas a la posesión recíproca de sus facultades sexuales durante toda la vida». (La metafísica de las costumbres, sección «Doctrina del Derecho», § 24).
En el libro del Apocalipsis se lee: «Y vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, y habló conmigo diciendo: “Ven, que te voy a mostrar el juicio de la gran prostituta, la que está sentada sobre muchas aguas, con la que han fornicado los reyes de la tierra, la que ha emborrachado a los habitantes de la tierra con el vino de su prostitución». (Apocalipsis 17: 1-2). Una de las interpretaciones que se ha dado a ese texto alude a la conexión entre la gran ramera y la idolatría universal, incluida la del sexo. Piénsese en los fetichismos sexuales a veces desconcertantes que han despertado y despiertan muchas estrellas de Hollywood y muchas estrellas del espectáculo musical.
Son tantas y tan variadas las trampas de la sexualidad en el matrimonio que no se me ocurre un argumento mejor que el de Robert Barron para ponerlas en su sitio. Lo repito: «Contraer matrimonio sacramental implica que los novios se dan cuenta de que han sido unidos por Dios y precisamente por razones divinas, que su sexualidad y su amor mutuo están al servicio de un propósito aún mayor». De lo contrario, el matrimonio es una empresa abocada al fracaso.