El lado bueno de la vida y la noche oscura del alma
La paradoja de abrir los ojos cerrándolos
¿Estamos bien cuando decimos que estamos bien? ¿Aceptamos sin más el Always look on the bright side of life («Mira siempre el lado bueno de la vida»), la canción de Monty Python? En nosotros hay fuerzas destructoras que con las circunstancias adecuadas pueden producir monstruosidades. El pecado original es una evidencia y la felicidad es solo un producto derivado: nunca se logra directamente. Por eso cabe mantener la esperanza en situaciones duras y sucede también que aquel que aparentemente goza de todo (salud, sexo, poder, riqueza, honor y fama) pueda ser un verdadero desgraciado.

Mr. Wonderful es una empresa española creada en 2012. Ofrece productos con mensajes que «contagian felicidad y alegría». Las tazas fueron los primeros productos que popularizaron, con lemas del estilo: «Lo haces cada vez mejor», «Veo tu futuro: lo vas a conseguir seguro», «Lo estás haciendo genial, así que ¡sigue tal cual!», «¡Alegría! Hoy será un gran día». Ángela Cabal y Javier Aracil, licenciados en diseño gráfico, son los fundadores del negocio y les va muy bien, lo cual es digno de elogio. No es tan fácil poner en marcha una empresa y que funcione.
Estíbaliz (Esty) Quesada Ruiz (Baracaldo, 1994), conocida como «Soy una pringada», es una youtuber que con el éxito de sus primeros vídeos subidos ha ido pasando a creadora de contenido, disc-jockey, actriz y directora. Sufrió mucho de niña. El sobrepeso y el acoso escolar la llevaron a la autolesión y a los pensamientos suicidas. Pero en 2015 triunfó en YouTube. Un hito fue su vídeo Carlota Corredera, gorda traicionera, en el que afirmaba: «Nadie tiene que hacerte sentir mal por tu peso, Carlota Corredera [una presentadora de televisión]. Igual es que tú eres una gorda acomplejada que tú misma piensas que por ser gorda no mereces vivir». Otro se titula Odio a los heteros, en el que Esty parodia y critica el comportamiento machista. Esty es bisexual y de género fluido confesa.
Mr. Wonderful apela sobre todo a aquel al que aparentemente la vida le sonríe. Disfruta de salud, placeres sensuales, dinero y trabajo profesional. Si a eso se añade relativa juventud y dos copas de vino, las consignas Mr. Wonderful estilo «Hoy te quiero más que ayer pero menos que mañana», «Amor significa no tener que decir nunca: “Lo siento”» o «Juro que no volveré a pasar nunca más hambre» brotan espontáneas. ¿Cuál es el problema de todo esto? Que se asienta la realidad vital sobre premisas falsas, y eso acaba pasando factura.
Esty introduce el matiz de «sinceridad desenfadada» y «libertad». ¿Soy gordo?, pues muy bien. ¿Vago?, ¿perezoso?, estupendo, ¿tiene usted algo que criticar? ¿No tengo derecho a ser gordo? ¿No tengo derecho a criticar a las que intentan adelgazar? Soy bisexual y odio a los heterosexuales: ¿tiene usted algo con que yo odie a los heterosexuales? Esty, a la que de partida le iba tan mal, ahora le va tan bien siendo «libre» y «ella misma», «no arrepintiéndose de nada». Esty apunta a que una parte importante de la felicidad consistiría en hacer y decir lo que a uno le dé la gana. ¿Cuál es el problema de todo esto? Que se esquiva buscar la verdad, y eso acaba pasando factura.
Robert Spitzer (1952), jesuita, filósofo, teólogo, profesor en Georgetown University y autor de numerosos ensayos de gran éxito en los EE.UU., afirma que hay cuatro tipos de felicidad: 1) gratificación inmediata; 2) logro o éxito comparativo; 3) felicidad contributiva resultado de la caridad; 4) gozo en el bien último (fe en Jesucristo). La escala es ascendente: el cuarto es el más profundo y duradero. «Felicidad», explica Spitzer, es un término genérico que significa «cumplimiento de un deseo» y que se puede aplicar a los cuatro niveles mencionados.
El nivel 1 es la felicidad de la gratificación inmediata del placer físico: comer gambas rojas frescas a la plancha, conducir un Ferrari o el acto sexual. Aquí entran en juego los deseos biológicos que producen gusto (en latín, el estado resultante es laetus). Nótese que se puede vivir muy bien prescindiendo eternamente de gambas rojas, Ferrari y coito. Vale aquello de «tiene más quien necesita menos».
El nivel 2 (logro o éxito comparativo) es la felicidad por la fama y la consecución de metas (en latín, felix). Los deseos comparativos alimentan el ego. Ejemplos: hacerse rico, poderoso, honorable; triunfar en la profesión o ganar el premio Nobel. René Girard y su teoría de la mímesis (muy resumida: la violencia que engendra la envidia y el deseo de ser como el otro) entran perfectamente en esta órbita. Como en el nivel 1: es posible desentenderse muy conscientemente de la fama, la riqueza y el poder y ser feliz.
Las redes sociales y los medios tradicionales refuerzan los niveles 1 y 2. El nivel 1 es una gratificación de bajo nivel que no supone esfuerzo. No hay que trabajar para conseguirla. Está ahí. Es posible pasarse el día en webs pornográficas, que es la adicción de más rápido crecimiento en los Estados Unidos. Sin embargo, también se sabe científicamente que cuanto más tiempo se dedique a la pornografía, mayor será la depresión. Es posible no hacer nada contra una obesidad que nos daña y además es posible reírse de alguien que intente combatirla. Todo gratificación inmediata.
Por el contrario, repárese en la cantidad de práctica y sacrificio que se necesita para dar un buen golpe de revés en el tenis. Pero ese ejercicio se traducirá a la larga en mayor placer jugando. Lo mismo con el piano, las matemáticas o el inglés. En la vida espiritual, en la vida del autodominio por amor de Dios, el esfuerzo se relaciona con la «noche oscura»: persistir en lo bueno y en el sacrificio aunque no se vean los resultados a corto. «Noche oscura», en san Juan de la Cruz, es más: consiste en abrir los ojos del alma a Dios y recibir la lumbre divina a base de cerrarlos a las concupiscencias. Así se llega a su «volé tan alto tan alto, que le di a la caza alcance».
La mayoría de la población, al menos en Occidente, se queda en los dos primeros niveles de felicidad. Las tazas de Mr. Wonderful lo reflejan. La vida de Esty, que juega con que fuera una «pringada» y ahora «goza» de la situación de fama y estrellato, lo corrobora. Spitzer propone salir del ciclo de la autorrecompensa y educar para decir «no» a una cultura que se queda en los niveles 1 y 2 de felicidad.
El nivel 3 es la felicidad contributiva, que se consigue por medio de actos de servicio. Por ejemplo: ayudar a los drogadictos en un centro de acogida, repartir alimentos, etc. Ese es el bienaventurado (en latín, beatus), el estado contrapartida de ejercer la caridad. De esta felicidad se habla en las bienaventuranzas evangélicas. El nivel 4 es la felicidad que responde al anhelo más profundo del corazón humano y consiste en la relación con Dios a través del don de la fe. Es la felicidad del «gozo» (en latín, gaudium); la felicidad sublime de estar en sintonía con el Dios del amor y que tiene expresiones como el canto de los Salmos.
El amor es esencialmente un acto de la voluntad, no un sentimiento. Somos responsables de si amamos, porque dominamos nuestra voluntad, no nuestros sentimientos. Los sentimientos vienen y van. Pero cuidado, a malos sentimientos (culpa, odio, resentimiento, impotencia, miedo, odio a sí mismo) siguen malas voluntades. Sin embargo, la felicidad no es un acto de la voluntad ni una meta en sí misma: es un producto derivado de una vida bien orientada, o al menos de una vida que busca la buena orientación.
En Romanos 8, 28 se lee: «Todo es para bien de los que aman a Dios». El Dios católico es un Dios omnibenevolente, omnipotente y omnisciente. Pero en la tierra, esa percepción del Dios omnibenevolente, omnipotente y omnisciente es floja, de ahí la dificultad de la santidad y la dificultad de la felicidad. Romanos 8, 28 no afirma que todo sea una maravilla. No es el Always look on the bright side of life. El mal es real dentro de nosotros mismos y en la sociedad. Piénsese en Hiroshima, en Auschwitz. Dios escribe una novela, que tiene tiempo, no una ecuación matemática atemporal. Somos los protagonistas de una novela. Dios escribe una historia verdadera, no hemos llegado al final de esa historia, y hay vida eterna, que completa toda vida humana y la vida del universo.
El poder de pensar en positivo (Mr. Wonderful) tiene sus ventajas, pero la experiencia humana y la Biblia nos enseñan que las cosas se pueden torcer, que existen el mal, el pecado original y el infierno. Desde una perspectiva bíblica, Dios nos mejora por medio de nuestra propia elección voluntaria o, en contra de nuestra voluntad, por medio del sufrimiento: todo lo que nos sucede contra nuestra voluntad. Señala Peter Kreeft que los animales domésticos no entienden cuando los llevamos al veterinario. Sufren, pero no entienden la acción sanadora de sus dueños conduciéndolos al veterinario. Lo mismo nosotros con Dios. Sufrimos porque desconocemos sus designios para ayudarnos. «Comparemos —añade Kreeft— la mente de Dios con la mente nuestra y con la mente de un gato: nuestra mente está mucho más lejos de la de Dios que la de un gato respecto de nosotros. En el cielo veremos nuestra vida desde la perspectiva de Dios. Por eso cuando la vida abofetea, se puede exclamar con toda razón: «Gracias, Dios mío, lo necesitaba».
[Este artículo apareció originalmente en la revisa impresa La Antorcha, número 4 (diciembre de 2023), Madrid, Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), ISSN: 2952-1815, pp. 84-7. Reproducido aquí con permiso de © La Antorcha]