El trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) es una enfermedad mental que se caracteriza por la repetición de conductas que a veces desembocan en un alto grado de discapacidad. Cuando, por ejemplo, una persona ha de cerciorarse una y otra vez de que ha cerrado bien la puerta de su domicilio al salir de casa, y ese ratificarse le impide incluso llegar a tiempo al lugar de trabajo, se comprende su posible despido por repetido incumplimiento de la jornada laboral. Nótese de momento un aspecto de esa enfermedad: las compulsiones ayudan al paciente con TOC a reducir la ansiedad.

El extremo TOC puede servir como punto de partida para entender la importancia de las costumbres y de los ritos en la vida de cualquier ser humano. Necesitamos hábitos para encontrarnos a gusto con nosotros mismos: una ducha de agua caliente que termine en fría, un café después de la comida, el acostarse siempre a las 23:00 independientemente de que sea Nochevieja o Navidad, el levantarse siempre a las 6:30 independientemente de las fiestas o los domingos, etc., etc. Que una persona prescinda de una costumbre como las citadas, aunque solo sea un día, puede suponer hacerle pasar una mala jornada, y si los impedimentos a sus hábitos se prolongaran, quizás hasta perdería la alegría de vivir.
El campo semántico del rito abarca los «actos religiosos» y las «observancias solemnes», como muchos de los Estados modernos, y se extiende a las practicas de un determinado país o grupo social. Τελετή (teleté), en griego, era una ceremonia de iniciación, una celebración de misterios o religiosa, una fiesta en general. Los romanos utilizaban las palabras ritus y caerimonia (nuestra «ceremonia»). Esta segunda quizás tenga que ver con el culto (rito) a la diosa Ceres. Forma, ceremonia, rito y observancia son sinónimos que señalan costumbres.
En la naturaleza y en la sociedad rigen unas normas. El ser humano se desarrolla armónicamente en la medida en que se ajusta a ellas y a su vez se autoimpone otras por las que se regula aún mejor. ¿Puede ser la siesta? Quizá. A lo mejor sus circunstancias se lo permiten y tras la cabezada rinde más. ¿Puede ser pasear quince minutos y permanecer otros quince en una librería? ¿Por qué no? Habrá a quien eso le sirva para rebajar las tensiones laborales o domésticas.
Desde la noche de los tiempos, los ritos se emparenta con actos religiosos sometidos a normas tradicionales establecidas. La circuncisión es un rito. El bautismo es un rito de purificación y de incorporación a la Iglesia. La imposición de las manos es otro rito (por el que se le confiere un poder divino, como a los sacerdotes). La misa se guía por un rito, con una estructura que contribuirá a la dicha de quien participe en ella. Había ritos para sacrificios humanos y el Antiguo Testamento se practicaban los sacrificios de animales. La sangre animal expiaba por los pecados humanos, hasta la ofrenda de Cristo en la cruz, que instaura la nueva Ley y con la que comienza la plenitud de los tiempos. Tertuliano denunciaba que a los cristianos se les acusaba falsamente por «el rito del infanticidio, por el convite hecho con él y por el incesto cometido tras el banquete». Antonio de Solís y Rivadeneyra, en su Historia de la conquista de México, población y progresos de la América septentrional, conocida con el nombre de Nueva España (1684), lib.3, cap. 17, denuncia: «Los demás ritos y ceremonias de aquella miserable gentilidad eran horribles a la razón y a la naturaleza».
Fácilmente se infiere del párrafo anterior que hay ritos buenos y ritos malos, costumbre aceptables y otras que no lo son tanto, cambios posibles y deseables según qué tiempos y sociedades y otros que no. San Pablo atacó enérgicamente determinadas prescripciones judías plúmbeas, pero a su vez exigía una ascética intrépida simbolizada por las alas del águila, que pesan pero sin las cuales el águila no podría volar.
Las batallas de san Pablo se reproducen en todo tiempo. Si las ceremonias son demasiado numerosas y largas, el ser humano se abruma y huye, busca la libertad. Si el ser humano se queda en el rito y no descubre su significado, se extingue la devoción y no se repara en el amor de Dios y en el amor a Dios y al prójimo, lo verdaderamente importante. A su vez: si a una ceremonia religiosa se le priva de su solemnidad, se contribuye a que se pierda el sentido trascendente de la persona o la importancia del acto. De ahí que tradicionalmente a los Estados les encanten las ceremonias, porque así se sitúan en un plano casi religioso.
Las normas sagradas buenas, la liturgia buena, posibilita la realización en profundidad del acto religioso, la interacción con Dios en una dimensión comunitaria. El Dios bíblico es el que de verdad y en profundidad explica qué es el hombre y cómo el hombre puede ser feliz, y para ello establece leyes que dan origen a costumbres y ritos. Las más importantes son el descanso y la celebración de la fiesta. Ellas son las que nos pueden librar de los trastornos obsesivos y centrarnos en el rito que salva.
En nuestra sociedad occidental actual se observa que se ha perdido el sentido del descanso. No es lo mismo hacerlo un lunes que un domingo. Descansar es detener el ajetreo en el que uno está inmerso para adorar y dar culto a Dios. Adorar y dar culto a Dios implica dedicar esfuerzo a percatarse de que solo en sintonía con las enseñanzas de Jesucristo podemos ser y realizar algo que vale la pena. Todo lo que nos desvía de ahí será inconveniente. Adorar y dar culto a Dios es algo que él no necesita: es algo que necesitamos nosotros, y por eso lo manda, como ir a misa los domingos. La sociedad progresará en la medida en que comunitariamente reconozca a Dios como la fuente de todas las gracias y trate de ajustarse a sus mandatos. Eso es tan importante que conviene hacerlo de forma solemne, bella, en la asamblea de los santos, como dice la Sagrada Escritura. Lo entendieron perfectamente compositores como Bach o Bruckner.
La fiesta es la otra fuente principal del rito por la misma razón que el descanso: nos pone en sintonía con Dios, el fundamento de todo. Las procesiones de Semana Santa, la Vigilia pascual y su riquísima simbología, las costumbres de las fiestas de los pueblos, el vestir con especial cuidado en determinadas celebraciones, las flores, la música sagrada. Todo es signo de que nos sometemos a un orden que impulsa la dimensión transcendente del hombre y con ello la verdadera paz y fraternidad.