«Cuando se habla de “minorías selectas”, la habitual bellaquería suele tergiversar el sentido de esta expresión, fingiendo ignorar que el hombre selecto no es el petulante que se cree superior a los demás, sino el que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores. Y es indudable que la división más radical que cabe hacer en la humanidad es esta en dos clases de criaturas: las que se exigen mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, boyas que van a la deriva». (Ortega Rebelión 65-6) (1).
«La división de la sociedad en masas y minorías excelentes no es, por tanto, una división en clases sociales, sino en clases de hombres, y no puede coincidir con la jerarquización en clases superiores e inferiores. […]. Pero, en rigor, dentro de cada clase social hay masa y minoría auténtica. Como veremos, es característico del tiempo el predominio, aun en los grupos cuya tradición era selectiva, de la masa y el vulgo. Así, en la vida intelectual, que por su misma esencia requiere y supone la cualificación, se advierte el progresivo triunfo de los seudointelectuales incualificados, incalificables y descalificados por su propia contextura» (Ortega Rebelión 66).
«Como se dice en Norteamérica: ser diferente es indecente. La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo, corre el riesgo de ser eliminado. Y claro está que ese “todo el mundo” no es “todo el mundo”. “Todo el mundo” era, normalmente, la unidad compleja de masa minorías discrepantes, especiales. Ahora todo el mundo es solo la masa» (Ortega Rebelión 69).
«Este es el hecho formidable de nuestro tiempo, descrito sin ocultar la brutalidad de su apariencia» (Ortega Rebelión 69).
«Si yo dejase aquí este asunto y estrangulase sin más mi presente ensayo, quedaría el lector pensando, muy justamente, que este fabuloso advenimiento de las masas a la superficie de la historia no me inspiraba otra cosa que algunas palabras displicentes, desdeñosas, un poco de abominación y otro poco de repugnancia; a mí, de quien es notorio que sustento una interpretación de la historia radicalmente aristocrática [nota a pie de página de la edición que manejo, que se inserta aquí, tras «aristocrática»: «Véase España invertebrada, 1921, fecha de su primera publicación como serie de artículos en el diario El Sol»]. Es radical —sigue Ortega—, porque yo no he dicho nunca que la sociedad humana deba [cursiva, en el original] ser aristocrática, sino mucho más que eso. He dicho y sigo creyendo, cada día con más enérgica convicción, que la sociedad humana es [cursiva, en el original] aristocrática siempre, quiera o no, por su esencia misma, hasta el punto de que es sociedad en la medida en que sea aristocrática, y deja de serlo en la medida en que se desaristocratice. Bien entendido que hablo de la sociedad y no del Estado» (Ortega Rebelión 72).
(1) Ortega Rebelión 65-6 = Ortega y Gasset, José. (1968) [1929]. La rebelión de las masas. 40.ª ed. Madrid: Ediciones de la Revista de Occidente, pp. 65-6. [Las negritas en las citas de Ortega son de Lotrives, no así las cursivas, que están en el original].