Querido Lotrives: los sábados me suena el despertador a las 7:45. En realidad es la alarma de mi iPhone. Hace ya muchos años que no uso despertador ni llevo reloj de pulsera.
Como Ana, mi mujer, suele acostarse a altas horas de la madrugada y los sábados aprovecha para levantarse tarde, yo, a las 7:45 doy gracias a Dios por el nuevo día, me pongo dos almohadas bajo el cuello y leo en la cama. Repaso los PDF de los tres periódicos a los que estoy suscrito. Así me informo más rápido y mejor que consultando webs o acudiendo a X (Twitter).
Cuanto termino de leer los diarios, Ana todavía duerme. Para no hacer ruido con la cafetera, sigo en el lecho. Me acurruco de lado en posición fetal. Tengo 71 años y eso alivia mi zona lumbar. Cierro los ojos y medito. Casi siempre sucede entonces que me duermo otra vez, pero no en paz con los angelitos. Me asaltan las pesadillas.
En la de hoy iba con mi hermana, Martina. No podría describir el espacio por el que nos movíamos, aunque se me antojaba como un túnel con luz débil eléctrica y toboganes. Éramos jóvenes, de unos 25 años. Hablábamos, pero no sería capaz de decirte de qué. En un momento determinado, en una zona oscura del túnel, yo la besé, no como hermanos, sino como amantes. Sin que pueda reproducir la conversación, sí me queda claro en el sueño que Martina reacciona con pesadumbre. Me reprocha que no es la primera vez que la trato lujuriosamente.
Lotrives, en el párrafo anterior reproduzco una pesadilla. Nunca he besado lascivamente a Martina.
Sigo con el sueño.
Martina desaparece de la escena y me quedo solo, con mis pensamientos, en la pesadilla.
—(Voz de la conciencia) Otra vez has caído en lo mismo, Pablo. Tendrás que confesar tus barbaridades.
—(Pablo Bilz) Esta vez a lo mejor no he consentido. Quizás haya sido un primer impulso no refrenado.
—(Voz de la conciencia) Te tienes que confesar.
—(Pablo Bilz) El sacerdote, ni me entenderá. ¿Vale la pena volver a sucesos de hace cincuenta años? Estoy cansado de ser Pablo Bilz.
En ese momento, me despierto. Me llevo una gran alegría al saber que todo lo anterior ha sido un desasosiego fantasioso y considerar que no he abusado nunca de Martina.
Ana sigue dormida, pero lo he pasado tan mal que decido levantarme, aunque haga ruido y la despierte.
Imagino que una persona escéptica y aficionada al psicoanálisis como tú, Lotrives, me dirá:
—(Lotrives a Pablo Bilz) Tu pesadilla es de manual freudiano. Te domina la religión. La religión, toda religión, es un cuerpo doctrinal falso y opresor. La tuya, que valora tanto la confesión, es la católica. Se te nota mucho que has nacido envuelto en una tradición católica ya felizmente olvidada. Pero la confesión es un arma de destrucción masiva. Has sufrido un trauma. Seguramente has ocultado algún pecado de forma consciente en alguna ocasión y eso ha dañado la estructura de tu ser. Te reprimes y te has reprimido mucho sexualmente. Estabas enamorado de Martina. La habrías elegido como tu mujer si hubieras podido.
—(Pablo Bilz a Lotrives) ¿Seguro que la religión es un cuerpo doctrinal falso y opresor? ¿De verdad que la confesión produce traumas? ¿No será más bien lo pernicioso el hecho de que no se practique? ¿Que no haya arrepentimiento de los pecados? ¿No ocupan los psicoanalistas el papel de confesores? Si alguna vez no me he confesado bien o conscientemente no he dicho algún pecado: ¿no tendré ocasión siempre de reconducir la situación y buscar la paz de mi conciencia? ¿Seguro que reprimirse sexualmente es malo? ¿No es precisamente la falta de represión, y entiendo represión como dominio del cuerpo, lo que causa estragos en la sociedad? ¿Seguro que es perjudicial el celibato? ¿No se ha de reprimir más un casado que un célibe, entendiendo por represión el dominio del cuerpo? Martina, que ya ha fallecido, era muy guapa, pero nunca estuve enamorado de ella y nunca la habría elegido como pareja. Me repugna solo pensarlo. Era mi hermana. Te recomiendo, Lotrives, que leas los números 1776-1794 del Catecismo de la Iglesia Católica, sobre la conciencia. Los puedes consultar aquí. Me gusta especialmente el 1784, porque me anima a seguir confiando en la confesión. Dice: «La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia moral. Una educación prudente enseña la virtud; preserva o sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón».
Un saludo cordial de tu amigo,
Pablo Bilz