David Randall escribe: «El crítico más severo de un redactor debe ser él mismo. Es esencial releer lo que hemos escrito para detectar posibles fallos y corregir lo que no nos satisface. Por lo general, cuando un texto llega a manos de otra persona ya es demasiado tarde... para mejorarlo o para salvar nuestra reputación» (El periodista universal, Siglo XXI de España Editores, 1999, p. 162).

El mismo Randall, unos párrafos más adelante, en ese mismo libro, añade:
«Tal como dijo Samuel Johnson en cierta ocasión: “Relean sus composiciones y, cuando encuentren un pasaje que les parezca particularmente brillante, suprímanlo”. Esos pasajes no funcionan tan bien como nos parece y, a veces, son un relleno innecesario. […]. Personalmente, casi nunca me enfrento a un artículo (sobre todo si es mío y está en la fase previa a la entrega) que no pueda mejorarse abreviándolo. Es como apretar las tuercas y tornillos de un mueble. Si se dejan sueltos, la pieza quedará mal armada e inestable» (p. 163).
Según Ilse Aichinger (1921-2016), una autora muy conocida en Austria y poco en España, «la parte principal de escribir es el no escribir y lo más difícil, la paciencia» (Der Hauptteil des Schreibens ist das Nichtschreiben, und das Schwierigste ist die Geduld, en Frankfurter Allgemeine Magazin, 21/2/1997, p. 52).
En cierta ocasión, Ricardo Estarriol me contó una anécdota de sus años de estudiante en la Escuela Oficial de Periodismo:
«Había campeonatos de redacción. Nos relataban una historia, había que ponerla por escrito y ganaba el que menos palabras utilizaba. —Veintiocho (decía uno). —Tú, ¿cuántas? (le pregunta el profesor a otro alumno). —Veinticuatro. —A ver, lea. Lo leía. —No vale, le falta ... Así eran los diálogos que surgían. Los campeonatos los promovía el profesor Claudi Colomer i Marqués».
Iba a añadir algo sobre el arte de la escritura, pero siguiendo los consejos de Aichinger, Randall y Colomer, lo dejo aquí.