Distracción, capitalismo digital y soledad
Todos somos dependientes, al contrario del paradigma de la autosuficiencia que se pregona. Una sociedad en la que ya no se necesita ni pareja, ni hijos, ni amigos se dirige al precipicio
Supongamos que un estudiante de Periodismo se abre una cuenta en Twitter (ahora X) para estar al corriente de la sociedad estadounidense. Le interesa para su trabajo de máster. Empieza a seguir al New York Times, al Wall Street Journal, al New Yorker y al Atlantic. Cada vez hay más diarios, revistas y cuentas de particulares que le saltan recomendados cuando navega. En poco tiempo, a no ser que se autoimponga una disciplina de uso, el estudiante puede descontrolarse y dispersarse. Llegará un momento en que ya no sabrá si ese recurso le beneficia o le perjudica.
No sería difícil adaptar el caso de Twitter a Instagram, Facebook, TikTok, YouTube, Spotify, Netflix, etcétera. Está ya investigado y probado que los desarrolladores de esas plataformas monitorean de cerca el comportamiento de los usuarios para averiguar qué les hace querer pasar más tiempo en la web. Con la inteligencia artificial todo este panorama se potencia.
El negocio de esas empresas es evidente y no hace falta extenderse demasiado en explicarlo: venta de datos de usuarios (y a veces pago de los usuarios) y de publicidad a clientes (empresas de todo tipo) que a su vez llevan a sus webs la cosecha de las plataformas. Pero hay algo más. Daniel Cohen lo resume así: «Los grandes ganadores de la crisis [del covid] han sido empresas como Amazon, Apple o Netflix, compañías cuyo valor en Bolsa se disparó durante el confinamiento. Hicieron posible el teletrabajo, el abastecimiento sin necesidad de ir a una tienda, y el entretenimiento sin tener que ir al teatro o a una sala de conciertos. Todos hemos podido comprobar la intención del capitalismo digital: reducir al máximo posible el coste de las interacciones físicas evitando tener que verse en persona. Para generar un mayor rendimiento, este capitalismo desmaterializa las relaciones humanas, privándolas de contacto físico».1
Actualmente, desde casa, se puede teletrabajar, ver a los amigos por Zoom, asistir a estrenos en las plataformas audiovisuales, realizar gestiones bancarias y administrativas, buscar pareja, jugar a la videoconsola, al ajedrez, ir de compras, ser atendido por un médico, etcétera. Casi todas estas actividades antes implicaban salir y relacionarse con otros seres de carne y hueso. ¿Se favorece así aislamiento? Es evidente. ¿Cambian los modelos económicos? También. Por ejemplo: se han devaluado los centros comerciales y las tiendas a pie de calle, forzadas a cerrar por no ser ya rentables. Surgen negocios nuevos, como las universidades online. ¿Afecta todo ello para mal a nuestra vida? No necesariamente.
Antes de la llegada de internet era posible estar muy enganchado a la lectura de periódicos de papel y pasarse el día repasándolos en un sillón de orejeras. Cabía estar muy enganchado a las revistas pornográficas. Otros no necesitaban más que los juegos de cartas: el mus, el póker, el siete y medio, el solitario… Pero respecto de otras épocas, la potencia adictiva para lograr que la población no se despegue de las pantallas de los dispositivos conectados a internet ha crecido exponencialmente. Además de su capacidad adictiva, lo novedoso de este fenómeno es la facilidad de acceso, la amplitud de la oferta y el impacto en grupos cada vez más jóvenes. Es un universo que concierne igualmente a los adultos: padres, madres y abuelos.
Veamos ahora algunas de las disfunciones que provoca, ya constatadas por la bibliografía científica. Las fotos impecablemente escenificadas de Instagram pueden dañar la imagen que los adolescentes tienen de sí mismos. Aquellos que principalmente consumen pasivamente en Facebook tienden a salir más perjudicados que quienes publican entradas o se comunican con amigos. Casi nadie ya es capaz de dejar el móvil de lado incluso en ocasiones especiales como Navidad. Se ha acuñado el término phubbing. Nace de las palabras phone (teléfono) y snubbing (desairar, ignorar) y significa no prestar atención a la persona con la que estamos y al propio entorno como consecuencia de la utilización de cualquier dispositivo conectado. Fundéu ha propuesto que se lo traduzca como ningufoneo. De la misma manera, nomofobia se refiere al miedo a quedar incomunicado sin teléfono móvil. Se estima que los afectados por la adicción a internet pasan de ocho a diez horas al día chateando, en las redes sociales, con juegos de computadora, pornografía o compras en línea. Descuidan, como fácilmente se infiere, deberes importantes. Van soltando el hilo del control de sus vidas. Muchos sufren el miedo compulsivo a perderse algo, el síndrome Fomo (fear of missing out). El sexteo (contracción de sexo y texteo, del inglés sexting) es un término que se refiere al envío de mensajes sexuales, eróticos o pornográficos, por medio de teléfonos móviles. Se comenzó con SMS de naturaleza sexual y se ha pasado al envío de material pornográfico (fotos y vídeos) a través de móviles y ordenadores.
En Japón están los hikikomori: solitarios que se retiran de todo contacto social y, a menudo, no abandonan su casa en años. Se estima que medio millón de japoneses (el 1,57 por ciento de la población) viven como ermitaños modernos. Muchos expertos creen que la cifra total es mucho más alta, pues a veces tardan bastante tiempo en pedir ayuda.
El documental La teoría sueca del amor indaga en los orígenes de la soledad que invade a la sociedad sueca (y no solo a la sueca), y que tiene mucho que ver con la incapacidad de reconocer que todos somos dependientes, al contrario del paradigma de la autosuficiencia que se pregona. Pero una sociedad, sea sueca o española, en la que ya no se necesita ni pareja, ni hijos, ni amigos se dirige al precipicio. El clima también influye. El alcoholismo es un problema más grave en Finlandia o en Polonia que en España.
En 2018, la primera ministra británica Theresa May creó el Ministerio para la Soledad. Comentando ese hecho, la psicóloga alemana Maike Luhmann cifraba entre el diez y el quince por ciento a los alemanes que se sentían solos; en algunos grupos de edad alcanzaba el veinte por ciento. Luhmann define la soledad como «una señal de que las relaciones sociales no son satisfactorias». Es una señal que emite el alma, de la misma manera que el cuerpo se queja del dolor por un golpe. La soledad va acompañada de estrés, que no solo se nota mental sino incluso físicamente. Se sabe con certeza que la soledad aumenta la mortalidad y que es un factor de riesgo para las depresiones, el alzheimer, la obesidad, la diabetes, la presión arterial alta e incluso el cáncer.
Hay que distinguir entre estar solo y soledad. Lo primero indica que no hay gente alrededor, pero no dice nada sobre si gusta. Se puede elegir estar solo. La soledad, sin embargo, no se elige: es un sentimiento. Uno puede sentirse solo a pesar de tener muchos contactos y relaciones. Las personas crónicamente solitarias tienden a percibir su entorno como una amenaza. La evolución argumenta a favor de esa corazonada: cuando el hombre de la Edad de Piedra se quedaba sin su grupo, su vida realmente peligraba. La vejez trae consigo problemas que fomentan la soledad. También la enfermedad y la movilidad limitada son factores de riesgo. Pero la soledad crece ahora en todos los grupos de edad.
Luhmann afirma que las personas que pasan mucho tiempo en las redes sociales tienden a ser más solitarias, aunque las investigaciones disponibles no siempre aclaran cuál es la causa y cuál el efecto: el uso desproporcionado de internet puede ser una compensación por la falta de contactos sociales reales. Por otro lado, recuerda, los abuelos hablan por Skype con sus nietos, las fotos se comparten en WhatsApp y en Facebook se puede seguir la vida de viejos amigos. Y eso es muy positivo. Las redes sociales no son malas si no se utilizan mal. Pero qué es buen y mal uso de las redes sociales es una pregunta ahora sin respuesta, según Luhmann: como sociedad y también en la investigación. Todavía estamos en las primeras etapas.
La tendencia a la soledad es igualmente una cuestión de personalidad. Los extrovertidos son más sociables y les gusta acercarse a otras personas. Les resulta más fácil hacer amistades y mantener relaciones. Tienen una mayor necesidad de contactos, y cuando les faltan, se sienten más solos que las personas introvertidas, tímidas y que desean apartarse de vez en cuando. A los introvertidos les cuesta más socializar, pero no lo necesitan tanto.
Cualquier persona que sufra de soledad durante mucho tiempo y se encuentre en esa espiral negativa en la que todo se percibe como una amenaza, debe buscar ayuda profesional, concluía Luhmann. Es difícil salir sin ayuda. El enfermo psíquico debe intentar conscientemente establecer nuevos contactos. Preguntarse: ¿cuáles son mis intereses y dónde puedo encontrar a otras personas que compartan estos intereses? Un club deportivo, un coro, una iniciativa de voluntariado… Pero no se trata solo de rodearse de gente. Se necesita la conexión profunda y la sensación de estar atendido.
Sabiendo que las relaciones humanas y el contacto físico son muy importantes, hay que señalar que la relación auténtica y ontológicamente definitiva es la de cada uno con Dios. De ahí los cartujos. De ahí la advertencia de Pascal: «Distracción. En ocasiones, cuando me pongo a pensar en las diversas actividades de los hombres, los peligros y problemas con que se enfrentan en la corte, o en la guerra, dando lugar a tantas riñas y pasiones, empresas arriesgadas y a menudo perversas, etcétera; a menudo he dicho que la sola causa de la infelicidad del hombre es que no sabe quedarse tranquilo en su habitación».2
[Este artículo apareció originalmente en la revisa impresa La Antorcha, número 3 (julio de 2023), Madrid, Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), ISSN: 2952-1815, pp. 20-3. Reproducido aquí con permiso de © La Antorcha]
Daniel Cohen: Homo numericus. La civilización que viene. La Esfera de los Libros, 2023, p. 17. Traducción de Isabel García Olmos.
Peter Kreeft: Cristianismo para paganos modernos. Los Pensamientos de Pascal editados, esquematizados y explicados. Tecnos, 2016, pp. 159-60. Traducción de Julio Hermoso Oliveras. La cita aquí se corresponde con el punto número 136 de los Pensamientos de Pascal.