¿Fueron unos fanáticos los primeros cristianos?
La respuesta de Joseph Ratzinger en su «Testamento espiritual»
Esta mañana El País ha publicado este artículo de José Andrés Rojo <https://elpais.com/opinion/2023-06-23/el-fanatismo-de-los-primeros-cristianos.html?event_log=oklogin>:
Llama la atención que el autor no tenga en cuenta lo siguiente:
«A pesar del éxito popular, el libro1 recibió amplias críticas de académicos profesionales de la antigüedad tardía y la Edad Media, quienes lo acusaron de contar una narrativa simplista y polémica y exagerar hasta qué punto los primeros cristianos suprimieron aspectos de las culturas griega y romana antiguas» <https://es.wikipedia.org/wiki/La_edad_de_la_penumbra>.
Wikipedia en inglés cuestiona igualmente el valor de la fuente de Rojo para su artículo. Tomo solo una cita:
«University of Oxford professor of ancient history Peter Thonemann says that Nixey makes broad generalizations based on limited evidence and that the Christian book-burning was not typically directed towards classical literature. Medieval historian at the University of Exeter Levi Roach argues the book endorses an outdated vision of the European Middle Ages as an intellectual backwater» <https://en.wikipedia.org/wiki/The_Darkening_Age>.
José Andrés Rojo opina:
«Es curioso el mecanismo que ponen en funcionamiento las religiones monoteístas, ese descaro con el que proceden a destruir con total impunidad lo que les resulta ajeno. Sus fieles operan con la superioridad moral que les otorgan sus sacerdotes, que les susurran en sus oídos: adelante, formas parte de un plan verdaderamente justo, no renuncies a ningún medio para conseguirlo y, si hiciera falta, machaca a tus enemigos hasta la muerte».
A ese párrafo y a todo su artículo me parece que se puede responder con Joseph Ratzinger:2
«La alegría exige ser comunicada. El amor exige ser comunicado. La verdad exige ser comunicada. Quien ha recibido una alegría no puede guardársela para sí mismo sin más, debe transmitirla» (p. 26).
«Henri de Lubac es quien ha demostrado, por encima de todos, que el cristianismo se percibía como una liberación del miedo con el que el poder de los dioses había atrapado a los hombres. Al fin y al cabo, el poderoso mundo de los dioses se derrumbó porque entró en escena el Dios único y puso fin a su poder» (p. 32).
«El Estado moderno del mundo occidental se ve a sí mismo, por un lado, como una gran potencia de tolerancia que rompe con las tradiciones necias y prerracionales de todas las religiones. Además, con su manipulación radical del hombre y la distorsión de los sexos mediante la ideología de género, se contrapone de modo particular al cristianismo. Esta pretensión dictatorial de tener siempre razón por parte de una aparente racionalidad exige el abandono de la antropología cristiana y de su consiguiente estilo de vida que se considera prerracional. La intolerancia de esta aparente modernidad hacia la fe cristiana aún no se ha convertido en persecución abierta, y sin embargo se presenta de forma cada vez más autoritaria, pretendiendo lograr, mediante la legislación correspondiente, la extinción de aquello que es esencialmente cristiano» (p. 51).
«El cristianismo se entiende a sí mismo esencialmente como verdad y basa en ello su pretensión de universalidad. Pero es precisamente aquí donde se introduce la crítica actual al cristianismo, que considera la pretensión de verdad como intolerante en sí misma. Verdad y tolerancia parecen estar en contradicción. Al parecer, la intolerancia del cristianismo está íntimamente ligada a su pretensión de verdad. Subyace a esta concepción la sospecha de que la verdad resulta peligrosa en sí misma. Por eso, la tendencia de fondo de la modernidad se dirige cada vez con mayor claridad hacia una forma de cultura independiente de la verdad. En la cultura posmoderna —que hace del hombre el creador de sí mismo y discute el dato originario de la creación— se manifiesta una voluntad de recrear el mundo en contra de su verdad. […] esa misma actitud conduce necesariamente a la intolerancia» (pp. 53-54).
«En lo que respecta a la relación entre verdad y tolerancia, la tolerancia está anclada en la propia naturaleza de la verdad. […] una sociedad que se opone a la verdad es totalitaria y, por lo tanto, profundamente intolerante. En cuanto a la verdad, me remito simplemente a Orígenes: “Cristo no consigue ninguna victoria sobre quienes así no lo quieren. Solo gana por persuasión”» (p. 54).
«La victoria de la fe solo puede alcanzarse en la comunión con Jesús crucificado. La teología de la cruz es la respuesta cristiana a la cuestión de la libertad y la violencia; y, de hecho, históricamente incluso, el cristianismo solo ha logrado conquistar sus victorias gracia a los perseguidos y nunca cuando se ha puesto del lado de los perseguidores» (p. 54).
Catherine Nixey: La edad de la penumbra. Taurus, 2018. [En esta obra se sustenta el artículo de José Andrés Rojo].
Benedicto XVI: Qué es el cristianismo. Un testamento espiritual. La Esfera de los Libros, 2023.