Identidad, fidelidad y corporeidad
A propósito de un seminario de Nueva Revista con Gregorio Luri
Escribe Gregorio Luri:
«Sin fidelidad no hay identidad personal y sin identidad personal no hay lazos de copertenencia. Pero con la fidelidad, como ocurre con el perdón, lo meritorio es no entregarse a lo fácil. Así como el perdón es tanto más valioso cuanto más imperdonable es aquello que debemos perdonar, la fidelidad es tanto más valiosa cuanto más conscientes somos de las imperfecciones de la persona o de la causa con la que nos comprometemos».1

El pasado 7 de febrero tuvimos un seminario con Gregorio Luri en UNIR (Diálogos de Nueva Revista) y le pregunté si no le parecía demasiado arriesgado afirmar que «sin fidelidad no hay identidad personal».2 Al fin y al cabo la infidelidad, por ejemplo la infidelidad matrimonial, campa a sus anchas sin que un adúltero pierda su identidad.
¿O sí la pierde? Luri contraargumentó y adujo razones para defender lo que había publicado.
A este respecto me parece clarificador el siguiente texto de Joseph Ratzinger:
«¿Se puede confiar para siempre en los demás, cuando no se sabe quién es uno mismo ni quién llegará a ser en el futuro? ¿Es legítimo hacerlo? ¿Se puede tener confianza en el mundo, cuando nadie sabe los sobresaltos —o, en su caso, las nuevas oportunidades— que nos tiene preparados? Estas son las preguntas con las que de una u otra forma nos topamos en nuestros días. Todas ellas expresan una mala inteligencia de la verdad y una profunda desconfianza hacia ella».3
Ratzinger habla de «una mala inteligencia de la verdad» porque no se cuenta con el fundamento de todo: Dios; un Dios providente, todopoderoso y benevolente. «Mas, si Dios existe, estamos autorizados a responder de antemano afirmativamente a todo lo imprevisto como algo incluido en el plan de Dios, vale decir: no hay nada que no esté en manos de Dios».4
Durante el seminario con Gregorio Luri surgió la pregunta de si una persona que perdiera por completo la memoria ya no tendría identidad. Es quizá tentador decir que, en efecto, ya no la tendría, pero probablemente falso. El simple hecho de estar ahí, la corporeidad, es una muestra de su identidad. Dios es el garante de su identidad, aunque esa persona desmemoriada haya perdido toda relación con el mundo exterior. Piénsese que el vínculo definitivo, el que cuenta en la eternidad, es el de uno mismo con Dios, y esa conexión existe también en los seres humanos con una profunda discapacidad.
Pasó la hora volando en la conversación con Luri y quedamos en que volveríamos a invitarlo a resolver el problema del párrafo anterior. Esperemos que pronto se presente la ocasión.
Mientras tanto, me atrevo a recomendar otras lecturas:
Joseph Ratzinger: Cooperadores de la verdad. Rialp, 2021, p. 76.
Idem, p. 76.